VIVIR Y MORIR CON AUTONOMÍA

VIVIR Y MORIR CON AUTONOMÍA

Silverio Barriga

La alegría del vivir y la alegría del morir. Afortunados por haber podido disfrutar de la vida, de sus esperanzas, de sus alegrías, de sus placeres, de sus ilusiones y hasta de sus limitaciones. La suerte de formar parte del universo en el siglo XXI no deja de ser un aliciente para valorar la vida que nos ha tocado vivir. Pudimos no ser, pero hemos vivido. El destino nos arrojó al mundo, sin que se nos solicitara aquiescencia. Nos tocó la lotería de poder vivir, entre millones de otras posibilidades.

Con ilusión transitamos por la vida pendientes de consolidar nuestra autonomía, luchando por sobrevivir en un entorno competitivo. Logramos realizar muchas de nuestras propuestas. Fracasamos en algunos de nuestros empeños. Esa dinámica cotidiana, nos entretuvo, nos ocupó y, a veces, nos alienó en busca de objetivos que nuestro entorno nos marcó y que nosotros asumimos con fidelidad.

Cuando llegamos previsiblemente al final de nuestra vida, al encarar la tercera edad, una vez jubilados, sentimos como nunca la soledad del existir. Nos vemos avocados al fin de la vida. No cabe subterfugio. Moriremos. Es ley de vida. Sea cual sea la esperanza de vida, la muerte nos espera silenciosa e ineludiblemente.

Quienes estamos satisfechos de nuestra vida, de haberla podido vivir con autonomía psicológica y económica, vivimos la zozobra de la incertidumbre. Ignoramos cómo serán nuestros últimos día. Y esa inseguridad, como nubarrón, se cierne sobre nosotros en el carpen diem de nuestro vivir.

Pero el morir no nos angustia. Sabemos que es el destino y lo aceptamos. No cabe otra opción.

Sin embargo nos preocupa sobremanera la forma como transcurrirán nuestros últimos años. Los modelos tradicionales nos resultan obsoletos. Ni podemos cargar sobre nuestros familiares más cercanos el cuidado de nuestra vejez, ni sabemos si tendremos recursos económicos para pagarnos los servicios de personal externo o poder acudir a una de las actuales residencias privadas. Nuestros hijos, si trabajan, se hallan al albur de las ofertas laborales, en cualquier rincón del planeta. Nadie nos garantizan que estarán cerca de nosotros cuando los necesitemos. Y si están cerca, su compleja vida familiar y laboral les hace difícil el cuidarnos. No podemos exigirles comportamientos de antaño, que hoy resultan heroicos.

Sólo cabe que, por nosotros mismos, busquemos alternativas a lo que hoy existe.

El objetivo consiste en organizar autónomamente nuestros últimos días. La urgencia es tanto mayor para quienes, ni podemos acceder a las estructuras públicas por disponer de algunos recursos económicos, somos clase media alta, ni tampoco disponemos del dinero suficiente como para poder pagarnos una residencia privada, cuyos costes superan ampliamente nuestra pensión. La mayoría de los universitarios licenciados que hemos podido trabajar con continuidad los últimos 34 años de nuestra vida, nos hallamos en esa situación. No somos pobres, pero tampoco tenemos acceso a los recursos de los ricos.

La intuición de Rodríguez Zapatero iba por buen camino cuando propuso la ley de garantía de la autonomía personal, vulgarmente llamada ley de la dependencia. Se consideraba la atención en momentos de dependencia como una necesidad básica, universal, independientemente de los recursos que cada cual disponga. Al igual que la salud, la educación o las pensiones. Son los cuatro pilares del Estado de Bienestar.

Desgraciadamente la crisis económica y la alternancia en el poder del Partido Popular, cercenaron su aplicación concreta. Pero constituyó una llamada de atención sobre una problemática, cada vez más urgente, en una sociedad en la que la demografía sigue una curva descendente en los nacimientos y ascendente en el número de personas que acceden a la tercera edad.

La responsabilidad de adelantarse al problema social de un futuro inmediato, es de los políticos. Y todos debemos poner empeño en que ese planteamiento previsor siga adelante. Para quienes no tienen recursos, ha de funcionar prioritariamente, la solidaridad nacional. Para quienes tenemos recursos debe imponerse el criterio de auto organización para llevar a términos programas que hagan posibles esas infraestructuras, al margen incluso del mercado. Pues no todo ha de convertirse en negocio. Incluso pienso que hay ámbitos en donde el negocio debiera hacerse difícil, como son la educación, la salud, las pensiones y la dependencia. Si quienes tienes recursos económicos quieren invertir en esos campos, que no sea en perjuicio de la necesaria solidaridad entre el resto de los ciudadanos. Pero, incluso entonces, lo privado debiera ser sólo un elementos complementario de la previsión pública. Sólo lo público puede garantizarnos unos servicios solidarios a toda la población independientemente de los recursos económicos   que cada cual tenga.

Para ello hace falta llamar a rebato a toda la población. El problema lo tenemos encima ya la mayoría de las personas mayores. Hemos sobrellevado, como hemos podido, el cuidado de nuestros padres y ahora no podemos esperar que sean nuestros hijos quienes se ocupen de nosotros. Los tiempos han cambiado y las posibilidades son otras. Incluso el acudir al servicio del personal emigrante, será cada día más difícil, como ya está sucediendo en países de nuestro entorno europeo con mayor nivel de vida que nosotros. El tiempo corre por otras veredas.

Hemos de ser creativos para adelantarnos a las exigencias de un futuro inmediato.

Y nada mejor que apelar a la capacidad creativa y auto organizadora de colectivos, como el universitario, para poner en marcha alternativas que mejoren las actuales ofertas del mercado.

No queremos las actuales residencias, que por muy lujosas que sean, no dejan de ser “salas mortuorias” llenas de soledad, aburrimiento, aislamiento social y deterioro contagioso.

Hemos de crear estructuras dinámicas, llenas de vida, de ilusión, de proyectos, acordes con las posibilidades vitales que la vida aún nos reserva. Cumplir hoy en día, 60, 65, 70 años no significa poner fin a la vida. La sociedad confunde la jubilación con la muerte social. Una persona jubilada dispone aún de un promedio de 15 a 20 años de vida saludable, en los que puede seguir prestando servicio a la colectividad. Todo menos aburrirse: despertarse a las 8 h. de la mañana y preguntarse: “ y ahora ¿qué hago yo?”. Pues seguir viviendo y ayudando a vivir a los demás. Elaborar proyectos, plantearse objetivos cada día es una manera de seguir con vida. Máxime cuando podemos colaborar sin las limitaciones retributivas, trabajamos graciosa y benévolamente. Y para ello, hemos de asociarnos, hemos de compartir con otros colegas estas inquietudes, para conjuntamente seguir alimentando el deseo de vivir.

Y de cara a nuestros últimos años, como ya se está haciendo en el extranjero e incluso entre nosotros, elaborar estructuras residenciales, más cercanas a la vida colectiva en situación intergeneracional que a las actuales residencias. Ojalá fuéramos capaces de revivir las vivencias familiares de antaño cuando en un espacio cercano convivían tres generaciones : abuelos, padres y nietos. Hoy ese modelo hemos de actualizarlo con las posibilidades de la actual globalización y deslocalización.

Ese debe ser un proyecto, responsabilidad de nuestros representantes políticos. Pero a fuer de prácticos, reconozcamos que, de momento, hemos de complementar la acción pública, centrada en atender prioritariamente a las clases con menos recursos. Esperemos que, más adelante, el servicio se generalice como un servicio universal y gratuito para toda la población. Y de poco sirve decir que los recursos son escasos y que los jóvenes que trabajan y cotizan son cada vez menos. ¿Acaso el país tiene hoy en día un PIB inferior al de hace 20 años? ¿Y la deuda, se objetará. Y diremos que todo depende del modelo social que queremos implantar, de las prioridades políticas que se apliquen en el reparto de los Presupuestos del Estado, del dinero de todos nosotros. Siempre hay dinero para lo que se quiere.

En este sentido, en el Colectivo Universitario Senior (CUS) de Sevilla nos hemos propuesto ir elaborando esa alternativa en cuanto las condiciones económicas lo permitan. Inicialmente como experiencia piloto, franquiciable, gratuitamente a otros colectivos.

Hace 7 años que contactamos con las autoridades locales y universitarias de Sevilla. A todas les pareció bien nuestro Proyecto. Incluso el Ayuntamiento decidió aportar un terreno a la Universidad para realizarlo. Las elecciones municipales de 2011 retardaron su ejecución. Pero la idea sigue viva.

Mientras tanto, el CUS, con la colaboración del Consejo Social de la Universidad de Sevilla, se ha centrado en potenciar la capacidad de los séniors organizando actividades que den cauce a su potencial intelectual y organizativo.

 

Silverio Barriga

Catedrático

Presidente del CUS

Colaborador del Consejo Social-Universidad de Sevilla