LA SOCIEDAD DEL FUTURO: hacia la economía colaborativa

LA SOCIEDAD DEL FUTURO: hacia la economía colaborativa

Silverio Barriga

Vivimos tiempos de crisis y aún no vislumbramos el modelo de vida que espera a nuestros nietos. Lo cierto es que los cambios se desarrollan vertiginosamente, pese a la lentitud con la que nosotros los percibimos.

Ahora, sufrimos las contradicciones entre el modelo social que hemos interiorizado a lo largo de nuestra vida y las tendencias que ya asoman y cuestionan muchas de nuestras conquistas.

Demasiados desequilibrios están poniendo a prueba la solidez de lo alcanzado hasta ahora.

Nuevos grupos políticos invaden el espacio público, con un discurso de denuncia, al desenmascarar la hipocresía o la falta de audacia de los partidos tradicionales, excesivamente anclados en el servicio de los poderosos.

La tensión no puede durar eternamente. Se están rompiendo las costuras del modelo. Y no sabemos hacia donde dirigir nuestros pasos.

La ruptura es necesaria, pero sin traumas, sin violencia, sin venganzas. A todos nos corresponde aportar nuestra iniciativa para realizar el cambio de modelo. Así no podemos seguir. Millones de seres humanos sufren los desquicios del modelo actual, basado en la desigualdad, el desequilibrio, la injusticia. Pocos detentan mucho poder y muchos sufren sus consecuencias.

En la era de la globalización en la que las nuevas tecnologías hacen añicos las coordenadas espacio-temporales, no podemos seguir gobernándonos con los esquemas periclitados de una sociedad menos dinámica que la nuestra. Nos corresponde detectar las tendencias que definirán el mundo de mañana.

Existen minorías activas que ya pergeñan lo que nos espera. Hemos de ser capaces de captar su osadía y escucharlas para aprovechar de sus intuiciones para mejor iniciar el futuro.

Algunos intelectuales ya han sabido marcar por donde irán los signos de los tiempos.

Jeremy Rifkin nos habla de ello en “La Tercera revolución industrial” donde se pone en entredicho la actual sociedad capitalista, basada en la tasa de ganancia, que está siendo aniquilada por la revolución que las nuevas tecnologías imponen en los costos marginales. De ahí que, cada vez más, se vea la necesidad de definir un nuevo modelo social basado más en la cooperación que en la competitividad.

Ya van apareciendo experiencias partidarias del pro-común (collaborative commons) que se alejan del mercado tal y como hoy lo estamos viviendo.

La economía colaborativa no valora tanto el enriquecimiento individual, la propiedad, cuanto la consecución de objetivos comunes que garantizan una vida más equilibrada, más exitosa y con mayor calidad de vida.

Cuando los recursos son limitados, de nada sirve lanzarse por la pendiente del desarrollo sin límites, confiando en que la fuerza del mercado nos permita seguir indefinidamente por un crecimiento material desbocado que, a menudo, siembra de cadáveres su recorrido.

En el campo de las nuevas tecnologías van apareciendo experiencias de economía colaborativa, basadas en el conocimiento libre, en el software libre, el open design, el open hardware.

El conocimiento puede ser compartido indefinidamente, sin que con ello empobrezca al que lo genera. En ello se basó la experiencia secular de los profesores universitarios que, generosamente, supieron transmitir el resultado de sus investigaciones. La mejor recompensa de una profesor es cerciorarse de que sus conocimientos se transmiten a las generaciones futuras, sin necesidad de apropiaciones extemporáneas.

Internet ha permitido divulgar el conocimiento de modo gratuito.

Wikipedia es un ejemplo de trabajo cooperativo puesto al servicio de la humanidad, sin distinción de situaciones sociales o ideológicas.

A partir del momento en que se accede a la tecnología, se abre el acceso a un mundo infinito de posibilidades para disfrutar del saber de otros.

Sin embargo, los mecanismos de transmisión no son lo suficientemente ágiles como para conseguir la universalización del pro-común. Nos hallamos sujetos a los engranajes del sistema capitalista que tiene capacidad, todavía, de fagocitar las actuales iniciativas de economía colaborativa.

Pero llegará un día en que estas experiencias, cual minorías activas, alcancen la masa crítica como para imponer un cambio de paradigma y fuercen a modelar otro tipo de sociedad. Una sociedad en donde el objetivo no sea acaparar riquezas, ni bienes, sino compartirlos para mejor vivir entre todos.

En el fondo, el ideario de la revolución francesa, con su lema de “libertad, igualdad y fraternidad”, no pretendía sino instaurar un modelo social basado en la equidad, la igualdad de acceso a los recursos, viviendo libremente en contextos multiculturales, hechos de mestizaje y mutuo enriquecimiento.

Igualmente algunas experiencias religiosas, en las distintas religiones, supieron introducir formas de vida en común, en donde desapareciendo la apropiación individual, potenciaron la atención al individuo pero dentro de un contexto colaborativo.

La sociedad del futuro será, necesariamente, una sociedad en red.

Rotas las coordenadas espacio-temporales, podremos aportar nuestro trabajo al colectivo, desde lugares distantes y en un contexto laboral plenamente democrático e igualitario.

Existirán líderes para coordinar el trabajo cooperativo, pero ya no se premiarán ni el despotismo, ni el autoritarismo, ni el sadismo laboral, ni la alienación en la consecución de bienes materiales. Incluso muchas tareas mecánicas serán realizadas por robots que desplazarán el sufrimiento de la mano de obra humana.

Necesitaremos menos horas de trabajo para conseguir los bienes que necesitamos. Nos centraremos más en los aspectos psicosociales que regulan las relaciones entre las personas. Viviremos más centrados en nuestro desarrollo personal que en el enriquecimiento pasajero en nuestro paso por el mundo. Potenciaremos el tiempo de ocio, el descanso, la colaboración en todos los campos. Nos será más fácil vivir y disfrutar de la vida. Posiblemente nos sentiremos más felices.

Utopía?

Los tiempos que vienen necesariamente contarán con muchos mimbres que, durante lustros, fueron considerados utópicos. Pero llega un momento, en que los sueños se hacen realidades. Y sólo si sabemos soñar, sabremos vivir.

Ese es el reto del futuro. O nos abrimos a los nuevos horizontes del desarrollo tecnológico, o moriremos enfrentados por unos recursos escasos que queremos apropiarnos unos pocos, mientras contemplamos cínicamente la lenta agonía de quienes, impotentes, agonizan en la otra orilla.

Creer en la utopía y aprovechar los recursos de que disponemos, es la manera más inteligente de preservar nuestro planeta y convivir con nuestros semejantes.

El futuro está delante de nosotros. Y no podemos despilfarrarlo, como ahora emponzoñando el presente de millones de seres humanos.

Nuestra responsabilidad radica en estar atentos a los signos de los tiempos y en ser capaces de abrazar el nuevo paradigma de la economías colaborativas.

Silverio Barriga

Catedrático

Presidente del CUS – Colectivo Universitario Senior-

Colaborador del Consejo Social-USE

 

16.02.2015

 

VIVIR Y MORIR CON AUTONOMÍA

VIVIR Y MORIR CON AUTONOMÍA

Silverio Barriga

La alegría del vivir y la alegría del morir. Afortunados por haber podido disfrutar de la vida, de sus esperanzas, de sus alegrías, de sus placeres, de sus ilusiones y hasta de sus limitaciones. La suerte de formar parte del universo en el siglo XXI no deja de ser un aliciente para valorar la vida que nos ha tocado vivir. Pudimos no ser, pero hemos vivido. El destino nos arrojó al mundo, sin que se nos solicitara aquiescencia. Nos tocó la lotería de poder vivir, entre millones de otras posibilidades.

Con ilusión transitamos por la vida pendientes de consolidar nuestra autonomía, luchando por sobrevivir en un entorno competitivo. Logramos realizar muchas de nuestras propuestas. Fracasamos en algunos de nuestros empeños. Esa dinámica cotidiana, nos entretuvo, nos ocupó y, a veces, nos alienó en busca de objetivos que nuestro entorno nos marcó y que nosotros asumimos con fidelidad.

Cuando llegamos previsiblemente al final de nuestra vida, al encarar la tercera edad, una vez jubilados, sentimos como nunca la soledad del existir. Nos vemos avocados al fin de la vida. No cabe subterfugio. Moriremos. Es ley de vida. Sea cual sea la esperanza de vida, la muerte nos espera silenciosa e ineludiblemente.

Quienes estamos satisfechos de nuestra vida, de haberla podido vivir con autonomía psicológica y económica, vivimos la zozobra de la incertidumbre. Ignoramos cómo serán nuestros últimos día. Y esa inseguridad, como nubarrón, se cierne sobre nosotros en el carpen diem de nuestro vivir.

Pero el morir no nos angustia. Sabemos que es el destino y lo aceptamos. No cabe otra opción.

Sin embargo nos preocupa sobremanera la forma como transcurrirán nuestros últimos años. Los modelos tradicionales nos resultan obsoletos. Ni podemos cargar sobre nuestros familiares más cercanos el cuidado de nuestra vejez, ni sabemos si tendremos recursos económicos para pagarnos los servicios de personal externo o poder acudir a una de las actuales residencias privadas. Nuestros hijos, si trabajan, se hallan al albur de las ofertas laborales, en cualquier rincón del planeta. Nadie nos garantizan que estarán cerca de nosotros cuando los necesitemos. Y si están cerca, su compleja vida familiar y laboral les hace difícil el cuidarnos. No podemos exigirles comportamientos de antaño, que hoy resultan heroicos.

Sólo cabe que, por nosotros mismos, busquemos alternativas a lo que hoy existe.

El objetivo consiste en organizar autónomamente nuestros últimos días. La urgencia es tanto mayor para quienes, ni podemos acceder a las estructuras públicas por disponer de algunos recursos económicos, somos clase media alta, ni tampoco disponemos del dinero suficiente como para poder pagarnos una residencia privada, cuyos costes superan ampliamente nuestra pensión. La mayoría de los universitarios licenciados que hemos podido trabajar con continuidad los últimos 34 años de nuestra vida, nos hallamos en esa situación. No somos pobres, pero tampoco tenemos acceso a los recursos de los ricos.

La intuición de Rodríguez Zapatero iba por buen camino cuando propuso la ley de garantía de la autonomía personal, vulgarmente llamada ley de la dependencia. Se consideraba la atención en momentos de dependencia como una necesidad básica, universal, independientemente de los recursos que cada cual disponga. Al igual que la salud, la educación o las pensiones. Son los cuatro pilares del Estado de Bienestar.

Desgraciadamente la crisis económica y la alternancia en el poder del Partido Popular, cercenaron su aplicación concreta. Pero constituyó una llamada de atención sobre una problemática, cada vez más urgente, en una sociedad en la que la demografía sigue una curva descendente en los nacimientos y ascendente en el número de personas que acceden a la tercera edad.

La responsabilidad de adelantarse al problema social de un futuro inmediato, es de los políticos. Y todos debemos poner empeño en que ese planteamiento previsor siga adelante. Para quienes no tienen recursos, ha de funcionar prioritariamente, la solidaridad nacional. Para quienes tenemos recursos debe imponerse el criterio de auto organización para llevar a términos programas que hagan posibles esas infraestructuras, al margen incluso del mercado. Pues no todo ha de convertirse en negocio. Incluso pienso que hay ámbitos en donde el negocio debiera hacerse difícil, como son la educación, la salud, las pensiones y la dependencia. Si quienes tienes recursos económicos quieren invertir en esos campos, que no sea en perjuicio de la necesaria solidaridad entre el resto de los ciudadanos. Pero, incluso entonces, lo privado debiera ser sólo un elementos complementario de la previsión pública. Sólo lo público puede garantizarnos unos servicios solidarios a toda la población independientemente de los recursos económicos   que cada cual tenga.

Para ello hace falta llamar a rebato a toda la población. El problema lo tenemos encima ya la mayoría de las personas mayores. Hemos sobrellevado, como hemos podido, el cuidado de nuestros padres y ahora no podemos esperar que sean nuestros hijos quienes se ocupen de nosotros. Los tiempos han cambiado y las posibilidades son otras. Incluso el acudir al servicio del personal emigrante, será cada día más difícil, como ya está sucediendo en países de nuestro entorno europeo con mayor nivel de vida que nosotros. El tiempo corre por otras veredas.

Hemos de ser creativos para adelantarnos a las exigencias de un futuro inmediato.

Y nada mejor que apelar a la capacidad creativa y auto organizadora de colectivos, como el universitario, para poner en marcha alternativas que mejoren las actuales ofertas del mercado.

No queremos las actuales residencias, que por muy lujosas que sean, no dejan de ser “salas mortuorias” llenas de soledad, aburrimiento, aislamiento social y deterioro contagioso.

Hemos de crear estructuras dinámicas, llenas de vida, de ilusión, de proyectos, acordes con las posibilidades vitales que la vida aún nos reserva. Cumplir hoy en día, 60, 65, 70 años no significa poner fin a la vida. La sociedad confunde la jubilación con la muerte social. Una persona jubilada dispone aún de un promedio de 15 a 20 años de vida saludable, en los que puede seguir prestando servicio a la colectividad. Todo menos aburrirse: despertarse a las 8 h. de la mañana y preguntarse: “ y ahora ¿qué hago yo?”. Pues seguir viviendo y ayudando a vivir a los demás. Elaborar proyectos, plantearse objetivos cada día es una manera de seguir con vida. Máxime cuando podemos colaborar sin las limitaciones retributivas, trabajamos graciosa y benévolamente. Y para ello, hemos de asociarnos, hemos de compartir con otros colegas estas inquietudes, para conjuntamente seguir alimentando el deseo de vivir.

Y de cara a nuestros últimos años, como ya se está haciendo en el extranjero e incluso entre nosotros, elaborar estructuras residenciales, más cercanas a la vida colectiva en situación intergeneracional que a las actuales residencias. Ojalá fuéramos capaces de revivir las vivencias familiares de antaño cuando en un espacio cercano convivían tres generaciones : abuelos, padres y nietos. Hoy ese modelo hemos de actualizarlo con las posibilidades de la actual globalización y deslocalización.

Ese debe ser un proyecto, responsabilidad de nuestros representantes políticos. Pero a fuer de prácticos, reconozcamos que, de momento, hemos de complementar la acción pública, centrada en atender prioritariamente a las clases con menos recursos. Esperemos que, más adelante, el servicio se generalice como un servicio universal y gratuito para toda la población. Y de poco sirve decir que los recursos son escasos y que los jóvenes que trabajan y cotizan son cada vez menos. ¿Acaso el país tiene hoy en día un PIB inferior al de hace 20 años? ¿Y la deuda, se objetará. Y diremos que todo depende del modelo social que queremos implantar, de las prioridades políticas que se apliquen en el reparto de los Presupuestos del Estado, del dinero de todos nosotros. Siempre hay dinero para lo que se quiere.

En este sentido, en el Colectivo Universitario Senior (CUS) de Sevilla nos hemos propuesto ir elaborando esa alternativa en cuanto las condiciones económicas lo permitan. Inicialmente como experiencia piloto, franquiciable, gratuitamente a otros colectivos.

Hace 7 años que contactamos con las autoridades locales y universitarias de Sevilla. A todas les pareció bien nuestro Proyecto. Incluso el Ayuntamiento decidió aportar un terreno a la Universidad para realizarlo. Las elecciones municipales de 2011 retardaron su ejecución. Pero la idea sigue viva.

Mientras tanto, el CUS, con la colaboración del Consejo Social de la Universidad de Sevilla, se ha centrado en potenciar la capacidad de los séniors organizando actividades que den cauce a su potencial intelectual y organizativo.

 

Silverio Barriga

Catedrático

Presidente del CUS

Colaborador del Consejo Social-Universidad de Sevilla

JOVENES Y SENIORS EN LA BRECHA

JOVENES Y SENIORS EN LA BRECHA

Silverio Barriga

 Hoy se ha impuesto la regeneración de los líderes políticos. Grecia acaba de tener al más joven primer ministro de su historia, el Sr. Tsipras. En España, la mayoría de los Partidos Políticos han optado por líderes jóvenes. Parece como si la juventud fuera garantía de empuje y reforma, acorde con las demandas de los tiempos que vivimos. Esa es, sin duda, la idea que muchos se hacen. Aún más, es lo que, al parecer, están esperando muchos ciudadanos. Las urnas lo irán confirmando.

 Vivimos en el torbellino del cambio permanente y no tenemos tiempo para pensar mucho antes de pasar a la acción. Pero, si como dice la sabiduría popular, “despacio que tengo prisa”, ¿no estaremos sufriendo el envite de una moda sociopolítica que, llevada por los aires del tiempo, pretende tomar decisiones a caballo de los últimos acontecimientos y que puede crear una falsa dicotomía entre juventud y senectud?

La juventud está reñida con la corrupción, con la experiencia más o menos turbulenta de los mayores, con la prudencia que introduce parsimonia en la toma de decisiones. Sin que debamos olvidar que la experiencia siempre será la madre de la ciencia – aunque una ciencia despierta, no anquilosada en los hallazgos pasados; una ciencia que esté al día de los últimos avances. Y dado que el conocimiento es acumulativo, necesita de los séniors y de los jóvenes para seguir avanzando. Por ello creo que esta misma intergeneracionalidad debe caracterizar la vida sociopolítica, en la medida en que todos somos necesarios y nadie sobra. Necesitamos el brío del joven, la experiencia del sénior, la audacia de unos, la sensatez de otros, la frescura novedosa en el planteamiento de problemas nuevos, la sabiduría de las respuestas dadas en otros tiempos a problemas similares etc.

Jóvenes y séniors nos complementamos. Todos podemos aportar. Nadie queda fuera de su responsabilidad de participación social en la resolución de los problemas colectivos. Nadie debe apearse del camino de la vida.

Recuerdo, con cierta nostalgia, aquellos años de mi infancia rural en donde convivíamos nietos, padres y abuelos. Los tiempos hacen hoy prácticamente imposible que esa situación se repita. La tiranía de la movilización y deslocalización, por exigencia laboral o afectiva, nos impone unas pautas de comportamiento alejadas de aquella sociedad en que algunos nos educamos.

Celebramos que, últimamente, los jóvenes hayan irrumpido con fuerza en la escena política, para zarandearla y forzar a un planteamiento nuevo ante los problemas que a todos nos acucian. Bienvenidos todos a la escena pública, donde no caben jóvenes aburridos, ajenos a la vida social. Pese a las difíciles circunstancias, en que los hemos colocado, han de tener el coraje para implicarse y comprometerse en buscar soluciones. La protesta, la crítica constructiva, el conflicto son motores de cambio. Hemos de aprovechar la energía que impulsa a la necesaria renovación de los planteamientos en los problemas sociales, dado que los jóvenes son pieza fundamental en ese engranaje. Es la mejor forma de corresponsabilizarse con la sociedad que les ha tocado vivir y no desengancharse del carro de la vida.

Y también celebramos que los Séniors, no seamos ciudadanos apagados, amortizados ante la vida. Ahora tenemos tiempo y, aunque el cuerpo flaquee, nuestra mente se halla diáfana y dispuesta a colaborar. Nuestro potencial intelectual es enorme. No podemos desaprovecharlo en aras de inútiles cálculos sobre la esperanza de vida. Pese al necesario carpe diem, sabemos proyectarnos sobre el futuro y mantenemos la responsabilidad de seguir aportando recursos personales a la mejora de la vida social.

Por todo ello, ni jóvenes, ni viejos solos podemos llegar lejos. Hemos de ser capaces de hallar el encaje de nuestras mutuas posibilidades. Sin necesidad de imponer discriminaciones positivas. El presente y el futuro han de estar transitados por la intergeneracionalidad, el mestizaje ideológico y cultural de quienes vivimos circunstancias distintas, pero aspiramos a una sociedad en la que todos podamos convivir serena y pacíficamente, disfrutando de la vida que el destino nos regaló.

Los pasos dados para luchar contra la segregación de género, hemos de tenerlos en cuenta para no iniciar nuevos frentes de rechazo y aislamiento social, como sería cualquier forma de segregación por la edad. Conjugar a jóvenes y viejos a la vez , debiera ser la meta para los agentes sociopolíticos, porque dicha convivencia facilitará la centralidad en las decisiones, fruto del encaje entre la experiencia del mayor y la capacidad de riesgo del joven.

Los jóvenes, además, son un fermento de juventud para el sénior. Le empujan a no fosilizarse, a adaptarse permanentemente a los tiempos nuevos, a seguir aprendiendo. A su vez, los séniors transmiten a los jóvenes serenidad en situaciones borrascosas y saber distanciarse de las urgencias inmediatas en la toma de decisiones.

En el momento en que la juventud se considera un valor , no debemos olvidar que muchos de los jóvenes actuales llegarán a viejos. La vejez no es una lacra, sino que supone una victoria ante la vida. Ser viejo es haber triunfado cada día ante las dificultades. Hemos de celebrar la vejez. Y deseamos que cada vez más jóvenes puedan ocupar nuestro espacio generacional.  A su vez, los jóvenes deben ser integrados en la vida sociopolítica huyendo de cualquier tipo de infravaloración por su juventud.

 Un objetivo de futuro, en los años venideros, radica en la capacidad que tengamos todos para aprovechar los recursos humanos de que disponemos jóvenes y séniors. A todos nos corresponde caminar haciendo camino. Máxime en estos tiempos de crisis sistémica que nos obliga a replantearnos verdades y valores que, durante muchos años, consideramos inmutables.

La verdad de la vida la construimos entre todos, con escucha, con participación social, con el contraste de opiniones y vivencias, con la interculturalidad y el mestizaje. Realidad que se halla impulsada, cada vez más, por el aumento del turismo, los programas de intercambio estudiantil, las oleadas de inmigrantes y refugiados, así como por la actual globalización, con el acceso casi universal a internet. Aunque, somos conscientes, de que nos urge aplicar el cedazo de la crítica selectiva ante esa avalancha informativa que, en vez de ilustrarnos, puede embotar nuestra capacidad de discernimiento y estimular nuestros impulsos más mezquinos.

Silverio Barriga

Catedrático jubilado de Psicología Social

Universidad de Sevilla

Presidente del Colectivo Universitario Sénior (CUS)

EL POTENCIAL DEL “SENIOR” en la sociedad actual

Silverio Barriga

En estos momentos de aguda crisis económica, el soporte aportado por los mayores ha facilitado la convivencia social. Muchas familias han podido subsistir, gracias a los ahorros y la pensión de sus mayores.

Ello no obsta, para que, con frecuencia, se nos considere a los mayores como una carga social, que vivimos de la solidaridad colectiva y hacemos un uso frecuente y masivo de los servicios sanitarios. Aún más, a los mayores cuando nos jubilamos se nos borra del activo social y se infravalora nuestro potencial humano. Estamos lejos de aquellas sociedades en las que los mayores, por su experiencia vital, constituyen el mejor baluarte para las generaciones jóvenes.

La dinámica entre jóvenes y viejos marca los valores propios de cada colectivo humano. Entre nosotros, fácilmente valoramos la juventud, la belleza. Y, sin embargo, en la práctica se desprecia el valor de los jóvenes. Un elevadísimo porcentaje de nuestros jóvenes está en paro y sin perspectivas, a corto y medio plazo, de encontrar un trabajo acorde con su preparación profesional. Hipócrita sociedad la que impulsa a los jóvenes a formarse y, una vez formados, los desprecia, los desconoce o, en última estancia, les abre generosamente las puertas del exilio laboral. Y no siempre para obtener salarios acordes con su formación. Sueldos bajos, que agreden la identidad de nuestros jóvenes, los mejor formados en muchas generaciones. Sueldos que se consiguen pagando el precio de la inadaptación social, del desarraigo familiar, del esfuerzo cotidiano por aprender un idioma ajeno etc. Las ventajas de la globalización han facilitado determinados objetivos económicos, pero han lastrado lastimosamente la dignidad y el honor de muchos jóvenes, obligados a seguir los vientos inexorables de la deslocalización. Y no es que no valoremos salir de las propias fronteras, el aprender idiomas, el mestizaje cultural etc. Incluso diré que eso hoy en día es básico y fundamental. Pero el saber idiomas, que tantas puertas abre, puede convertirse en la condición necesaria para la explotación.

Pero, a pesar de todo, la juventud es valorada y todos estamos dispuestas a hacer lo imposible para no envejecer.

Ahora bien, cuando la vejez llega inexorablemente, lo correcto, no es hacer como si no llegara. Está ahí y hemos de ser felices si nos alcanza. Hemos de celebrar el haber llegado a viejo, a anciano, a maduro, a sénior. Hemos podido vivir, a pesar de tantas aventuras que engalanan la vida de cada uno de nosotros.

Nunca como hoy, en occidente, habíamos alcanzado tal esperanza de vida.

Pero este éxito social conlleva consecuencias que no siempre calibramos.

El mundo de los mayores es un mundo preocupante. Cada día somos más. Y los recursos públicos, se dice, que son escasos. Escasos ¿para qué? ¿Quién define las prioridades en los Presupuestos públicos? Nuestros representantes políticos. Y ellos ¿son conscientes de la obligación ético-social que tienen hacia quienes les han permitido estar donde están y vivir en el país que están disfrutando?. Zapatero, en uno de sus impulsos sociales, implantó la ley que garantizaba la autonomía de los ciudadanos hasta su muerte, con la llamada Ley de la Dependencia. Los intereses ideológicos y la crisis económica han dejado mal parada la aplicación de dicha ley. Pero como miembros de una sociedad responsable y solidaria hemos de intentar llevarla a la práctica por todos los medios.

Desde que me jubilé hace ocho años, dos han sido los temas que centraron mi atención: el uso social de mi potencial personal y la previsión organizada de mis últimos años.

Con ese objetivo, con dos de mis antiguos alumnos, presentamos un proyecto a nuestros colegas de la Universidad de Sevilla. Más de 270 Profesores y PAS se mostraron interesados. Finalmente, pudimos dar forma asociativa a nuestra preocupación.

Con un grupo de universitarios (activos y jubilados) constituimos el 19 de diciembre de 2013 la Asociación «Colectivo Universitario Sénior (CUS)».

Conscientes de que  cuando nos jubilamos,  aún dispondremos de 15 ó 20 años de vida activa y saludable, deseamos poder emplear social y generosamente nuestro tiempo en actividades de asesoramiento a jóvenes investigadores, a emprendedores, de participación de voluntariado social, de cooperación nacional e internacional, de participación en actividades de extensión sociocultural, etc. Actividades que queremos realizar conjuntamente con las Instituciones de nuestro entorno más cercano. Es decir, queremos ser socialmente útiles y personalmente saludables. Y si bien es verdad que el cuerpo se hace presente, con sus achaques y limitaciones, en este período de nuestra vida, es cierto que el tener actividades externas aminora la importancia que le damos a las limitaciones corporales y obliga. Ahora, más que nunca, los elementos cognitivos, tienen una incidencia básica en nuestro estado de ánimo e incluso en nuestro nivel de salud. Vivimos intensamente, mientras tenemos proyectos por realizar. Desaparecida la obligación laboral, no queda sino auto organizar nuestro tiempo llenándolo con ocupaciones familiares, sociopolíticas, intelectuales etc.

La situación se vuelve más apremiante, cuando los avatares de la vida, van sembrando nuestro camino de ausencias queridas, de familiares y amigos, y se cierne sobre nuestro horizonte el fantasma de la soledad. Prolongar la vida, sin más, no tiene mucho sentido. Hemos de seguir incorporando proyectos, ilusiones, perspectivas más o menos lejanas. Sólo entonces, la vida sigue siendo vida. El carpe diem se impone con fiereza, pero en ese presentismo, tan de nuestro tiempo, podemos hallar la fuerza para aceptar serenamente el normal deterioro del cuerpo; la mente envejece menos, mientras está activa.

Y ¿qué hacer cuando el deterioro se impone? En cuanto la coyuntura económica lo permita, y completando la acción solidaria y obligada de los políticos, queremos ser autónomos en la organización de nuestros últimos días. Para ello, intentamos no reproducir los esquemas tradicionales de dependencia de familiares cercanos – la situación laboral y familiar de nuestros hijos frecuentemente les aleja de nosotros- y queremos organizar, las infraestructuras de convivencia necesarias para este fin. En definitiva, no es más que prepararse para el futuro como ya lo hacen muchos de los países avanzados con la misma expectativa de vida que nosotros.

Dada la crisis económica que nos asfixia, de momento, estamos dando cauce prioritario a las actividades que permitan aprovechar el potencial humano de los séniors ( Cfr. https://cussevilla.wordpress.com/) La vejez también es un momento ilusionante de la vida. Basta con que le demos el contenido de que somos capaces. También de mayores somos copartícipes del modelo de sociedad que, entre todos, vamos construyendo.

Silverio Barriga

Catedrático jubilado de Psicología Social

Universidad de Sevilla

Presidente del CUS